viernes, enero 26, 2007

Con algo de retraso, hago un, espero, breve balance de lo que fue el año más extraño, corto y hermoso de mi vida.

El 7 de diciembre de 2006 se cumplió un año de haber recibido la Licencia de Enseñanza Media del Colegio San Ignacio, subsidiaria Alonso de Ovalle. Nunca imaginé mis puntajes PSU, ni que iba a estudiar en un sector capitalino que, dos años antes, no habría imaginado poblado por una Universidad. Jamás pensé que podría otro alumno recibir el premio Trayectoria Deportiva de mi generación de IVº's medios. Tampoco soñé siquiera conocer a toda la gente que conozco, que he conocido.

Hasta podría elaborar un diccionario de términos de comprensión indefinida, al más puro estilo de Milan Kundera en su obra maestra literaria, La insoportable levedad del ser (tengo que decir que, de un tiempo a esta parte, se ha convertido en mi libro favorito, que cada vez que abro sus páginas extraigo una nueva enseñanza, casi de vida, de ese magistral libro, escrito casi a mi medida, casi a petición mía).

Ya en febrero, creo que mi estilo de vida se había vuelto carretear, carretear y seguir carreteando. A bailar, que el mundo se va a acabar. Aun con la cabeza revuelta de líos que tuve, de personas que abandonaron, de manera casi definitiva (hay unas vueltas que la vida nos da, impresionantes), y otra gente que se coló y volvió a ser la de antes. Creo que nunca voy a poder olvidar los tres días que estuve en Algarrobo, con gente que fue muy importante en su momento en mi vida: amigos, y conocidos míos, del Colegio, aquella antaño gloriosa y cohesionada comunidad Cronlech, hoy rasgada por mil dagas que hacen sangrar cada lienzo de su existencia (sabíamos que íbamos a encontrar mal puerto, pero nunca creí que fuera de esta magnitud). Cómo podría olvidar El Tabo - ¿O era El Quisco? - con dos pelotudos que fueron mis hermanos, y que, culpas compartidas, se perdieron, se diluyeron en el transcurso del año; aquí vuelvo a insistir en las vueltas de la vida. Juan Ignacio, sé que es tan probable que leas esto como que el cielo caiga a pedazos, pero no te imaginas lo eternamente agradecido que estoy a la vida de que llevara un gran pilar de mi adolescencia, aun en curso por lo que he comprobado en estos días, a un lugar donde pudiera darle un abrazo, pedirle consejo, o simplemente saber que existes en la vida, quizás (muy probablemente) no tan dispuesto a escucharme como fue hace dos años, aquel dos mil cinco que tantos recuerdos de todo tipo nos trae, pero sí sé que eres, que fuiste mi hermano, y que sigues ahí, vivo, manteniendo la memoria fresca, para acceder a aquellos episodios que aun uso como combustible para poder vivir. Juan, Juanito, mi Juanito, gracias por hacerte presente, una vez más.

Tengo la impresión de que me estoy extendiendo más de lo que deseé cuando empecé, hace quince minutos, más o menos, a escribir esto. Qué diablos mi general, que ni siquiera sé cuántas personas van a leer esto, ninguna, menos de tres, o más de tres. Sea como fuere, necesito botar tantas cosas que me están empañando la felicidad que estoy viviendo...

Tengo que decir, realmente, que mi estancia en la Universidad hubiera sido muchísimo más agradable si no fuera por dos episodios que tuvieron lugar a mediados de año, y cerca de su fin. Nadie tiene por qué saber qué sucedió, pero sí que sucedieron cosas que marcaron mi cara, curtiéndola un poco más, forzándome a ser aun más, cómo decirlo, más apático al favor de la vida. Pero allí aprendí a amar, según un parámetro que nunca había conocido. Y claro, las palabras se las lleva el viento, pero es la primera vez en la vida que actúo. Que hago algo por esto. Y eso, es tan precioso para mí, como la gema más preciada del mundo. Amigos también encontré, gente que a pesar de tener diferencias conmigo, me acepta tal como soy. ¿Es mucho pedir eso, gente, que acepten todo tu ser, defectos y virtudes por igual?

Yo creo que no. Y lo hago. No entiendo por qué al mundo le cuesta tanto aceptar a alguien sin moldearlo, o al menos forzarlo a la entrada a su vida.

Atañiendo a eso, quiero poner un poema, que dos veces en mi vida me lo mencionaron: una vez, en la final de un campeonato, en el camarín del San Ignacio El Bosque, y la segunda, en una carta, que mi último entrenador en el colegio nos envió a los salientes del año 2005.

No te salves

No te quedes inmóvil al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca.

No te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
solo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueno
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo.

Pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
solo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.
Gente, ese es mi llamado este día. No se salven. No dejen nada para sí dentro de sí, cuando tiene que quedar fuera. En la cancha, en el pupitre, en la casa, en el alma. No se salven por nada del mundo.

Y, si llegan a pensarse sin sangre, a vivir sin alma, por favor, quédense al borde del camino, no se queden conmigo, ni con nadie de nosotros.

En fin. Gracias, de nuevo, a toda esa gente que hizo de el año recién pasado, una experiencia tan grata como divertida. Y a los que se interpusieron en el camino de la Gran Marcha, gracias por hacerlo entretenido. Sin ustedes, esto no sería lo que es.

En fin, es más de lo que creí escribiría.
Hasta la próxima... El Huaso será lo que venga.

Corto.

1 comentario:

cote dijo...

si, fue un año extraño.
Pero a pesar de eso, de que fue feo, triste, raro, etc (todo lo que se te ocurra), este año el destino nos junto, que bella coincidencia, cierto?

te amo